Queridos amigos, quiero compartir con ustedes un fragmento de mi historia de vida que no les he contado:
En abril de 2013, todavía invierno en España, decidimos hacer el camino de Santiago desde la ciudad de Sarria hasta Santiago de Compostela. Nos propusimos recorrer 110 kilómetros en cinco días.
Partimos un martes con el propósito de llegar el sábado en la tarde a la misa del peregrino. No recuerdo si fue para el miércoles o jueves de la travesía cuando habíamos logrado caminar 55 kilómetros, así que paramos en una pequeña ciudad llamado O Coto; teníamos que curarnos las primeras ampollas de los pies y tomar fuerza para seguir con la ruta. Como era invierno, había llovido, pero al mediodía el cielo se despejó y apareció un sol brillante, iluminando un paisaje bellísimo en la zona y sus alrededores.
Yo caminaba con el bastón de Santiago, mirando ese paisaje y reflexionando sobre la vida. Hasta que me resbalé y mi cuerpo cayó encima de mi pie derecho, la pierna se me hinchó en seguida, así que me llevaron a Lugo, la ciudad más cercana desde O Coto.
Ingresé al Hospital Nuestra Señora de Los Ojos Grandes, recién construido, especializado en traumatología, me hicieron todos los exámenes, una resonancia y una radiografía que confirmaron que mi peroné se había roto.
El médico me dijo: “Esta es una operación sencilla y yo se la puedo hacer mañana”. Acepté. Al día siguiente, muy temprano, entré al quirófano. Una operación exitosa, pasé al área de postoperatorio para recuperarme de la anestesia, pero cuando me desperté sentía un dolor muy intenso en mis piernas, era un dolor que no me dejaba dormir. Dos días más tarde me encontraron que en la cola de caballo, al final de la columna vertebral, se había producido un hematoma de once centímetros de largo como consecuencia de una mala práctica en la aplicación de la anestesia. A partir de ese momento, comenzó un martirio que duró aproximadamente 45 días.
Me llevaron a Madrid en una ambulancia, era un viaje que requería de cinco horas, pero a mitad de camino sucedió algo tragicómico: la ambulancia se dañó. Nos detuvimos en un parador, esperamos unas dos horas hasta que llegara una nueva desde Lugo y termináramos un viaje que finalmente duró siete horas.
Llegué directo al Hospital Virgen del Mar para que me revisaran los especialistas, sobre todo, neurólogos y expertos en el manejo del dolor. Me quedé en esa clínica diez días sin tener mayores resultados, así que luego de quince días decidí regresar al Ecuador.
El dolor era muy intenso, no podía dormir un minuto, estaba agotado hasta ese gran día en que conocí a la doctora Nancy Lino que trabaja en Solca y que se había especializado en el tratamiento del dolor en Barcelona. Ella es para mí un ángel: prácticamente, en tres segundos, con la aplicación de una medicina fuerte, muy fuerte, me alivió el dolor.
Volví a dormir, a descansar, empecé a recuperarme, pues para entonces había perdido 30 libras de peso. Para octubre de 2013, comencé a vivir sin medicinas, sin opioides y sin dolor. Los siguientes tres años fueron normales, pero en el 2017, cuando terminaba la segunda vuelta de la campaña presidencial que fue tan disputada en aquella época, comencé a sentir un pequeño dolor abdominal. En primera instancia lo atribuí a una colitis, producto del estrés de la campaña. Pero me equivoqué y ese dolor se acentuó en los meses que restaban del 2017. Todo se fue complicando. Y a mediados de 2018, tuve problemas con mi pierna izquierda, no podía caminar con normalidad, tenía el pie caído. Así que viajé a Cleveland para que me chequearan nuevamente.
Aquí hago un paréntesis para contarles que en un chequeo del 2017, en un hospital de Miami, me hicieron una resonancia magnética, el doctor que sabía leer las resonancias estaba en Houston y el técnico que manejaba los equipos, en Miami. Se supone que debía esperar algunos días por los resultados. Sin embargo, cuando iba rumbo al parqueadero a tomar mi auto para continuar con mi camino, me llamó apurado y preocupado el técnico del hospital para decirme que el doctor de Houston quería hablar conmigo. Cogí el teléfono y él me preguntó: “¿Usted está en silla de ruedas?”, le respondí: “No doctor, yo estoy parado y camino normalmente”. Entonces, me explicó que la resonancia magnética que acaba de ver le indicaba que debería estar en una silla de ruedas.
Finalmente, a mediados de 2018, llegué a Cleveland. El diagnóstico fue que dentro de mi médula espinal había unos quistes, en términos médicos tenía “aracnoiditis”, es decir, la inflamación crónica de una membrana que rodea y protege los nervios de la médula espinal. La solución fue una operación de la que salí muy bien, lograron sacarme los quistes y eliminar la aracnoiditis. Me recuperé, empecé a caminar y de alguna manera a mitigar el dolor. Pasaron otros tres años y en el 2021 empecé a sentir nuevamente dolores abdominales y de espalda. Estaba en campaña y, si recuerdan, caminaba con el apoyo de un bastón. Los quistes reaparecieron, pero debí esperar hasta junio del 2021 para operarme, ya entonces como presidente de la República. Me tomé 10 días de licencia y viajé a Estados Unidos para ese propósito.

De regreso al país, en las mañanas y en las noches tomaba analgésicos. En las noches, pasadas las diez, empezaba hacer mis terapias de recuperación en el gimnasio del Palacio, pero el dolor seguía ahí, era constante, así que tomé más literal el mejor analgésico que me recomendó el médico: “Para que usted esté distraído”, me dijo, “para que usted no se concentre en el dolor, el mejor remedio es trabajar”. Y en efecto, trabajé 17 horas diarias en promedio, atendiendo tantas crisis y urgencias como las que debe administrar un presidente de la República.
Yo vivo con el dolor, puedo decir que me acostumbré a él. ¿Otra operación? No. Los médicos me han dicho que hoy los riesgos son más altos que los beneficios, así que me recetaron hacer ejercicios con mayor intensidad y disciplina, y practicar cualquier deporte. De modo que amigos, ahora que tengo un poco más de tiempo, me dedico con disciplina a mis terapias, a las siete de la mañana, durante una hora, todos los días.
Sobre este episodio de mi vida, tengo un par de reflexiones que las compartía con algunos ministros durante los viajes locales y al exterior: Dios te concede lo que le pides, pero en paralelo te impone una penitencia para que vivas con sobriedad, para que no se te suban los humos, para que sepas todos los días que eres un mortal.
De alguna manera me imponía una suerte de “humillación”, porque durante toda mi vida política me expuse a la mirada pública y, claro, no me gusta mi forma de caminar, pero esta es la realidad y la vida debemos enfrentarla como viene. No por problemas como un accidente de este tipo, debemos postergar nuestras metas y objetivos de vida; con tesón, con disciplina y con mucha humildad debemos seguir.
Todos los días recuerdo el diagnóstico de la silla de ruedas y lucho contra mi destino. Siento que estoy avanzando, que está mejorando mi capacidad de movilidad.
La otra reflexión que les comparto, es que esta no es una enfermedad, esto fue un accidente. Y lo digo porque cuando era presidente, mucha gente me decía: ¡hola!, ¡Qué gusto verlo, presidente! ¿Cómo está su salud? Y yo siempre contesté que mi salud estaba muy bien.
Hoy, que las personas me siguen preguntando sobre mi salud, y como tengo un poco de tiempo, decidí escribir este relato para que conozcan lo que realmente me sucedió.